domingo, 23 de marzo de 2008

Juan Pablo Pereira, Letras s.5. Marzo 2008.

Para una primera impresión de una tachadura de Rodrigo Arroyo
sobre la poesía chilena


Por Juan Pablo Pereira


Si la contraseña fuese el abandono necesitaríamos heraldos de voz baja

La cita sólo viene al caso por su belleza. Pero hay libros irritantes. No por lo horrible que sea leerlos y verlos unirse a la legión de trucos sucios que intenta jugarnos una escena crítica extraviada entre las bengalas y la somníferos -sino por lo buenos que son, al punto de recordarnos que tan mal escribimos. La irritación es, finalmente, directa a nuestra envidia. Chilean Poetry, de Rodrigo Arroyo (Fuga, 2008) es uno de esos libros. El canallesco elogio de la madurez de una voz no debiera venir al caso, pero igual llama la atención la profunda juventud de su autor contrastada con nuestros prejuicios respecto a cómo escribe -dogmática, torpemente- alguien de su edad. También más viejos. Arroyo no maneja dogmas, si no la seguridad de una aproximación a la poesía que si no es sistemática al menos tiene marcadas, coherentes líneas de estructuración que bordean el sistema. Pero ello no impide la apreciación del simple tono, en una zona no aguda ni grave, casi conversacional e interpelatoria pero en voz baja, como quien invita a conversar. Tampoco debiera dejarse pasar la reconstrucción de una verdad sentenciada una y otra vez con profundidad, que no hay por qué explorar en biografía sino en la aprehensión y procesamiento de los frutos de una observación sensible a la realidad fuera del texto -que la textualiza y reformula. Anunciando la invención -en su doble sentido original, que incluye el descubrir- de los engranes internos de las cosas que toma, Arroyo rearma los mecanos de una observación paciente, punto por punto de sus materiales. Quiza demasiado paciente, y no me queda claro si la idea de Arroyo es totalizadora o no. No se trata de intenciones, sino de los resultados descontrolados -y enhorabuena- de las consecuencias de un intento. Algo así como -tosemos al decirlo- el destino de una obra. Arroyo inscribe en un muro, el del laberinto y los ecos visuales de dicho acto no son casuales. Un esténcil, diríamos los de la ciudad. O la intervención masiva de una ciudad con todos los enténciles que vengan al caso. Este libro no tendrá ese efecto, estamos en Chile y en la poesía chilena. Pero debiera.

No agoto en nada lo extraíble de este libro. Pero retomo la palabra destino, destinación mejor si es necesario bajar el tono. Veo en Chilean Poetry -ahora sin bombos ni alharaca anunciatoria- un real proyecto general de panorama de lo que se trata y deberá tratarse la línea futura de lo que sigamos escribimos en el erial, ante la quiebra de la neodivinacomedias from below. Pasado, supongo, el tiempo de las estridencias desesperadas del megáfono anclado en la esquina de Marginalidad con Academia, Arroyo procede a ignorar el decadentismo (a)séptico que paralizó a una generación -la mía, la que él deja atrás con este libro- y tratar el lenguaje como a un caballo ni de carga ni de tiro, sino como el que trota buscando la salida- no necesariamente buscando salir- de este laberinto, que Arroyo sabe habitar tan bien, como el nómade experto que es -biografías no, pero Arroyo transita entre la plástica y la literatura indistintamente- y que da por perdidos, no por muertos los pasadizos ya surcados. Me quemo: creo que Rodrigo Arroyo con este libro deja atrás los dificultosos intentos de mi generación poética por resolver su pugna interna entre sentido vs. urgencia -que no logró, obviamente, y escribe uno de los libros fundasmentales del grupo que habrá de contradecir definitivamente tanto a la “novísima” como a ese grupo impreciso que aquí mismo denomino los rezagados. Me creo uno de estos últimos, y acepto que perdimos la antorcha. Con un puñado más -el otro Arroyo, Herrera, Becerra, Cardani y otros que se me van- la llevan ahora Rodrigo Arroyo y Chilean Poetry. Invito a leerlos. Y a tachar.



Texto aparecido en: Letras.s5.com

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